una muchacha en cierto modo sofisticada, de perfil
vagabundo y con psiquismo sin contornos que tocaba el
violín así, sin saber, en la Calle Ancha: en honor a las
sensaciones potentes que nos regalaba entonces Julio
Cortázar a aquella inmigrante sin posibles –con decir
inmigrante hubiera bastado- la llamábamos la Maga.
Ella nos enseñó que el subdividido León, como el Jardín del Bien y del Mal, constaba de dos almas separadas por el río, el cual, ya se sabe, subraya limitaciones y límites.
Una vez, y con el corazón tiritando, la seguimos al concluir su errática jornada laboral y descubrimos que pernoctaba en un cajero compartido del excéntrico Barrio del Crucero: allí un nocturno abrigo de vino, besos y casi flores. Y nosotros obligados a la fuerza por lo real a rebasar el lirismo adolescente tras conocer así, sin anestesia, la tristeza y la derrota más humanas.
¡Ah, los pecados capitales de provincia! Recuerdo que regresamos del ya turbador más allá del río con el alma clasista y equivocada, o mascando una tristeza culpable, mientras atravesábamos esa estación de paso entre dos mundos llamada el Puente de los Leones…
Sin embargo es oportuno notar y anotar que, a pesar de todo, nosotros hemos crecido y León ha mejorado… ¡Oh, no dejemos que nos enturbien tal certidumbre preguntas sobre la calidad de nuestra clases política como, por ejemplo, si había también, además de preferentes, había también tarjetas opacas para desmesurados gastos injustificados a disposición de los directivos de la antigua Caja España!…
Acabo de volver a decírmelo a mí mismo mientras,como quien entona la Balada del Paseo de los Leones, paseo por una Avda Dr. Fleming en la que ya no hay paso a nivel y desde la cual, a la altura del pequeño Palacio de Congresos, ahora, como indicando que León es cada vez más una sola ciudad, se divisa la Catedral. Y me he fumado el recuerdo de la Maga después de tanto tiempo entendiendo al hacerlo que yo, igual que mi ciudad, he crecido y ya no soy un niño...
En efecto, no hay en mí ya ningún niño: tratar de recuperarlo engañado por la nostalgia sería tan inútil como entrar en un bar preguntando por un paraguas perdido para marcharme finalmente con el paraguas de cualquiera.
Luis Artigue
Fuente de datos: leonoticias.com
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