Con motivo de la festividad de todos los santos y el culto a nuestros muertos, quienes hicieron de su vocación política un deporte de riesgo, incluso vital, se han manifestado contra quienes convirtieron esa misma “vocación” en un gran negocio. Grandes españoles como Gregorio Ordóñez, Ernest Lluch, Miguel Ángel Blanco o Isaías Carrasco deben de estar revolviéndose en sus tumbas al ver que lo más florido de sus antiguos camaradas y compañeros se lo estaban llevando crudo mientras ellos arriesgaban cada día la vida por defender la democracia donde no la había, donde aún no la hay.
El gravísimo problema de la corrupción a gran escala tiene demasiadas derivadas como para conformarse con que unos pocos caigan y devuelvan, si lo devuelven, el parné robado. En las últimas semanas, casi a diario, nos hemos levantado con un nuevo pillaje perpetrado por los otrora ilustrísimos, excelentísimos y eminentísimos sinvergüenzas que han copado el espacio político de esta España desnortada. Da la impresión de que con la caída de los primeros se hubiera abierto una particular caja de Pandora que permanecía cerrada en virtud de un curioso y, por lo que se ve, frágil pacto de silencio; el silencio de quienes, bien atado el reparto, pensaban que el pringue de muchos supondría la mudez de todos. Pero caídos aquellos y traicionada la entente, ya se ve que la mudez se tornó elocuencia.
Por estos lares ha bien poco que los dos máximos capitostes del otrora gran músculo financiero regional han pasado por el juzgado para dar explicaciones sobre las famosas “preferentes”. No es verosímil que en la vergonzosa Caja España & Co el latrocinio fuera solo cosa de dos. Muchos estarán rezando por ellos y, sobre todo, porque no canten. En momentos así las lenguas las desata el diablo. Pero abierta la caja -de Pandora-, es mejor que se aireen todos los vientos.
Fuente de datos: abc.es
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