En el Teatre Principal de Valencia se representa hasta el domingo la célebre obra de Shakespeare, que muchos recuerdan por la película de 2004 con Al Pacino y Jeremy Irons en los papeles principales, y que ahora sube a las tablas españolas de la mano de Eduardo Vasco, ex director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) y fundador de Noviembre Teatro en los años 90, proyecto que retomó en 2011 tras su salida de la institución pública. En Valencia hemos podido ver también sus montajes de Noche de Reyes (2012) y Otelo (2013).
El mercader de Venecia cuenta una historia de venganza personal, la del judío prestamista Shylock, enemigo de Antonio, un dadivoso cristiano que siempre se ha mofado del semita y de sus métodos para enriquecerse. Antonio necesita, no obstante, la ayuda económica de Shylock para apoyar la causa amorosa de un amigo pobre, Bassanio. Y firmará un préstamo por 3.000 ducados que, si incumple, deberá compensar con una libra de su carne. El argumento posee significativos vínculos con la actualidad. Porque en esta obra, publicada en el año 1600, ya se alude a las leyes que amparan la ferocidad de la usura y favorecen la economía por encima de los derechos humanos. Esa Venecia del siglo XIV, bajo el poder omnímodo de los mercaderes y especuladores, es la Europa de hoy asfixiada por los mandamientos bancarios. El altar de la banca recibe a diario miles de libras de carne de los apurados Antonios de nuestros días.
Sin necesidad de hacer un alegato político, desde la sutil elegancia —esa marca invariable de la factoría teatral Vasco—, la denuncia se materializa en la conciencia del espectador durante y, sobre todo, después de la función. Asimismo, Shakespeare aborda en esta pieza la ardua cuestión del antisemitismo. Vasco comenta en su programa de mano "lo delicado que resulta llevar la figura del judío a escena". Cierto. Y, sin embargo, pese al retrato despiadado del usurero, el bardo inglés perfila en Shylock a un ser complejo, lleno de temores y miserias, tan humano en su condición judía que resulta imposible no sentir conmiseración por él.
La versión recortada del texto original, magníficamente adaptado por la especialista Yolanda Pallín, resulta dinámica al acentuar la acción de la trama —que es doble: la amorosa, desarrollada en Bélmont; la económica y de venganza, en Venecia—. Aun así, no se rehúyen los momentos introspectivos de reflexión que tanto gustaban al autor: mirando las estrellas, Lorenzo y Yéssica, la judía renegada hija de Shylock, nos recuerdan que al universo no le interesan nuestras pequeñas mezquindades y que la única riqueza que poseemos es el instante presente. Shakespeare relativiza así la tragedia que nos está contando.
Vasco, que en su momento nutrió a la CNTC de actores que trabajaron en los inicios de Noviembre, ficha ahora profesionales que surgieron de las filas de la Joven CNTC (Francesco Carril, Isabel Rodes, Héctor Carballo) y los combina con clásicos como Arturo Querejeta, que ya figura entre los veteranos insustituibles para montar un texto de Lope, Calderón o Shakespeare. Suma también a una actriz valenciana, Lorena López, conocida por su participación en L'Alqueria Blanca como Fina, aunque de sólida trayectoria en las tablas autóctonas, con montajes como Los locos de Valencia(2011), de Toni Tordera, o la dirigida por el mismo Vasco para Teatres, Anfitrión, la temporada pasada.
Arturo Querejeta está soberbio en su papel de judío, al que aporta una solemnidad que mueve al público a posicionarse de su parte en repetidas ocasiones, sobre todo en su espléndida interpretación del célebre monólogo "Si nos pinchan, ¿no sangramos? (...) ¿No tiene ojos un judío?". Querejeta se encuentra muy bien arropado por el resto del reparto. Unos actores que, bajo el sello de la austeridad escenográfica característico del director, se convierten en el mejor decorado posible para la obra.
A lo largo de la representación, gracias a la iluminación de Miguel Ángel Camacho, los intérpretes componen bellos cuadros plásticos, entre los que destaca el de una inestable góndola veneciana bajo una luz acuosa. El juego actoral colectivo, las máscaras de la Commedia dell'Arte y algunas pantomimas en los momentos oportunos —siempre desde un humor sin estridencias— contribuyen a crear la atmósfera del montaje. Todas las interpretaciones están al servicio del perfecto funcionamiento del engranaje teatral, pero llama la atención la potente capacidad de Francesco Carril, como Bassiano, para transmitir y conectar con el espectador.
La versión recortada del texto original, magníficamente adaptado por la especialista Yolanda Pallín, resulta dinámica al acentuar la acción de la trama —que es doble: la amorosa, desarrollada en Bélmont; la económica y de venganza, en Venecia—. Aun así, no se rehúyen los momentos introspectivos de reflexión que tanto gustaban al autor: mirando las estrellas, Lorenzo y Yéssica, la judía renegada hija de Shylock, nos recuerdan que al universo no le interesan nuestras pequeñas mezquindades y que la única riqueza que poseemos es el instante presente. Shakespeare relativiza así la tragedia que nos está contando.
Vasco, que en su momento nutrió a la CNTC de actores que trabajaron en los inicios de Noviembre, ficha ahora profesionales que surgieron de las filas de la Joven CNTC (Francesco Carril, Isabel Rodes, Héctor Carballo) y los combina con clásicos como Arturo Querejeta, que ya figura entre los veteranos insustituibles para montar un texto de Lope, Calderón o Shakespeare. Suma también a una actriz valenciana, Lorena López, conocida por su participación en L'Alqueria Blanca como Fina, aunque de sólida trayectoria en las tablas autóctonas, con montajes como Los locos de Valencia(2011), de Toni Tordera, o la dirigida por el mismo Vasco para Teatres, Anfitrión, la temporada pasada.
Arturo Querejeta está soberbio en su papel de judío, al que aporta una solemnidad que mueve al público a posicionarse de su parte en repetidas ocasiones, sobre todo en su espléndida interpretación del célebre monólogo "Si nos pinchan, ¿no sangramos? (...) ¿No tiene ojos un judío?". Querejeta se encuentra muy bien arropado por el resto del reparto. Unos actores que, bajo el sello de la austeridad escenográfica característico del director, se convierten en el mejor decorado posible para la obra.
Junto con Camacho en las luces, el modista –como gusta llamarse— Lorenzo Caprile y la escenógrafa Carolina González completan la nómina estable de colaboradores de excelencia de Vasco. En El mercader de Venecia el vestuario de Caprile, de un amplio cromatismo contrastado por el color negro del judío Shylock, se sitúa a caballo entre el siglo XVIII —y sus sombreros de tres picos— y el XIX –con los de copa– para los personajes masculinos, y para los femeninos fusiona el clasicismo de los corpiños y los estampados historicistas con un atractivo aire contemporáneo.
Por su parte, Carolina González, concibe el decorado desde la funcionalidad y el protagonismo del actor. Un telón rojo sangre aterciopelado, que representa la vida, se contrapone con otro telón a manchas doradas, que alude al poder del dinero y preside la escena del juicio. Como elemento cohesionador emerge la música del piano, el instrumento predilecto de Vasco para ambientar textos clásicos. Sus notas —en adaptaciones de Brahms y Schubert— subrayan los momentos fundamentales de la acción e interactúan con los personajes.
Este Mercader de Venecia es un acierto de Teatres de la Generalitat Valenciana, que sin duda apuesta a caballo ganador al contar, desde hace varias temporadas, con la presencia en cartel del director madrileño, un grande de la escena actual que roza en este montaje el nivel alcanzado en Noche de reyes.
Lamentablemente, eso sí, se trata de destellos emitidos por la exhausta maquinaria sin rumbo que es CulturArts, donde se programa dejando caer sobre el tablero de la temporada las fichas (quién sabe si "amigas") sin un marco artístico meditado o una política teatral coherente detrás. ¿A qué proyecto atiende la programación de TGV? El ciudadano solo percibe una clara inclinación por la danza.El resto es un totum revolutum sin líneas maestras, para dispersión de un público ya sin criterio y
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